Si en la atmósfera de nuestros relatos no aparecen aves, ríos, bosques, tormentas, lunas, amaneceres… descarnaos el respeto a la naturaleza y al mismo tiempo dejamos a un lado nuestra condición de seres vivos.

Por Martha Zein

Nuestra desconexión con la naturaleza es tan evidente que la ciencia empieza a hacerse cargo de este fenómeno en sus investigaciones. En 2017 las psicólogas sociales Selin y Pelin Kesebir documentaron que las referencias a la naturaleza en el arte se han reducido a un tercio desde 1950, década en la que la televisión empezó a adueñarse de nuestros hogares. El estudio concluía que a medida que perdemos nuestra conexión diaria con la naturaleza, pensamos y escribimos sobre ella con menos frecuencia.

Los productos culturales, como las canciones y las películas, no sólo reflejan la cultura imperante, sino que también al moldean. Nuestra imagen del mundo modifica nuestra forma de habitarlo. Si en la atmósfera de nuestros relatos no aparecen aves, ríos, bosques, tormentas, lunas, amaneceres… descarnaos el respeto a la naturaleza y al mismo tiempo dejamos a un lado nuestra condición de seres vivos. Como si fuera posible. ¿Qué lugar nos estamos dando en el proceso de la vida? ¿Qué tipo de narrativa estamos utilizando para contar lo que hacemos? Si a esto se une que el lenguaje comercial apuesta por la literalidad y teme las metáforas, no extraña que los relatos con los que describimos nuestros proyectos, empresas, negocios, no logren conmover. ¿Qué tipo de vida transmiten?

Frente a esta lógica, el psiquiatra Anthony Storr, recuerda que “Un mundo en el que los seres humanos hablan espontáneamente de los labios de un jarrón, los dientes de un arado, la boca de un río, un brazo de tierra, puñados de esto, el corazón de aquello, frenas de minerales, entrañas de la tierra, murmullos de olas, silbidos del viento y cielos que sonríen mesas que gimen y sauces llorones, tal mundo tiene que ser profunda y sistemáticamente distinto que cualquiera en el que estas expresiones se perciban, aunque sea remotamente, como metafóricas, en contraste con el llamado discurso literal”. (“La música y la mente: el fenómeno auditivo y por qué de las pasiones” Ed. Paydós 2001)

Cada narración que compartimos es un hilo que nos enlaza y modifica nuestra forma de entender nuestra existencia. Atendamos, pues, al impacto de lo que nombramos.

Respiramos aire y cuentos, comemos historias, participamos en una narración constante que apenas sabemos manejar. Los humanos hemos utilizado el lenguaje para dar sentido a nuestros pasos como especie. Cada narración que compartimos es un hilo que nos enlaza y modifica nuestra forma de entender nuestra existencia. Atendamos, pues, al impacto de lo que nombramos. Este planeta necesita relatos que revitalicen sus procesos, narraciones que encarnen nuestros actos más saludables, individuales y colectivos.

La reconfiguración de los ecosistemas y las sociedades humanas dependerá también de lo que contamos y nos contamos (dónde ponemos el foco), del rigor de nuestros análisis, de la concisión en los mensajes, del uso ponderado de los medios, del reconocimiento de las fuentes, de entender nuestros relatos como parte de un proceso complejo, sistémico y en constante evolución, de atender a las emociones colectivas…

En esta búsqueda de soluciones inéditas, la narrativa regenerativa vincula los recursos de la comunicación, el lenguaje escrito, el audiovisual, etc. con los diseños y los procesos de la naturaleza con el fin de incorporar nuestras iniciativas en la trama de la vida.