En mi opinión, la idea, podría tratarse de una efímera y tímida manifestación psíquica de orden, con el fin de estabilizar el caos circundante. Es una tentativa de buscar un centro confiable, un punto de apoyo para mover nuestro mundo interior.
Últimamente se repite con mucha frecuencia en ciertos ambientes del ecosistema emprendedor que las ideas no valen nada y, en algunos casos, se ha llegado a establecer como una sólida premisa que no permite mayor deliberación, pero, ¿qué hay de cierto detrás de este nuevo mantra que viaja de boca en boca?
Primero, intentemos delinear el concepto de idea. Ensayaré una reflexión.
En mi opinión, la idea, podría tratarse de una efímera y tímida manifestación psíquica de orden, con el fin de estabilizar el caos circundante.
Es una tentativa de buscar un centro confiable, un punto de apoyo para mover nuestro mundo interior. Las ideas, son la representación abstracta o combustible de un proceso más misterioso aún llamado creatividad, concepto que intentaré abordar en una próxima columna de opinión.
Imagino las ideas como semillas, granos diminutos y amorfos, pero que, de no existir, difícilmente podríamos sobrevivir.
Las semillas son como minúsculos núcleos de vida, que necesitan invariablemente de algunas sustancias vitales como: el agua, tierra fértil y abundantes rayos solares para que puedan germinar, para que ese proyecto de “algo” tenga su oportunidad de expansión.
Pero, las semillas, también contienen un universo interior, en el cual poco nos detenemos a observar. Esas simientes también pasaron por un proceso previo para llegar a ser materia prima de algo superior, no surgieron de la nada de un día para otro. Con las ideas, tal vez pase algo parecido. Para producirlas, antes hay que mantener una enorme actividad mental. Las ideas son fruto de un proceso de conciliación temporal del caos permanente y, para que esto ocurra, la mente debe estar alerta, en constante aprendizaje, absorbiendo información muchas veces en forma deliberadamente desordenada.
¿Se han preguntado alguna vez por qué muchas veces las buenas ideas nacen de una conversación significativa? Tengo la percepción de que la interacción y, a veces, la colisión de conceptos entre dos o más personas, genera una fricción de la cual nace una energía creadora. Entonces. ¿Las semillas no valen nada si no las cultivamos?
Creo que las ideas son el capital más importante que puede tener un ser humano, además, nos define y diferencia de otros organismos vivos como una especie realmente singular. Las buenas ideas, no son abundantes como muchos creen, puesto que, casi siempre, esos brotes verdes nacen de campos mentales muy bien nutridos, con un carácter muy bien consolidado y una clara voluntad de ser y hacer. Por el contrario, el capital financiero abunda en este mundo, puesto que se genera de manera artificial, con tan solo pulsar un cero más desde un ordenador (no cualquiera).
Sabemos qué, hace muchas décadas atrás, la banca mundial no está respaldada o apalancada en el patrón oro, el petróleo, el dólar o algún activo físico de valor, sino que, la majestuosa deuda, es la que sostiene todo el sistema. En pocas palabras, es la base de un opaco pronóstico o apuesta de producción de valor de las futuras generaciones. Aquello, viene siendo el robusto aval que nos mantiene a flote. Menudos pilares tenemos.
Por lo tanto, siendo entonces el capital financiero un bien masivo, es que financiar y ejecutar una idea ya sea a través de fondos públicos o privados, solo responde a una gestión de corte más bien burocrática o de simple ubicuidad social que de una verdadera disponibilidad del mismo.
Cuando oímos repetir una y otra vez el salmo de que las ideas no valen nada y que para que el mundo funcione y crezca es solo necesario “pasar a la acción”; “validar prototipos”, crear “productos mínimos viables” en forma rápida y barata, inyectando mucho capital-deuda (futuros), me nace la necesidad de detenerme a pensar si vamos realmente por el camino correcto. Reiterar un axioma tiene sus méritos, por cierto. Como un formidable mecanismo de propaganda, por una parte, nos permite dejar gravado a fuego el concepto en nuestras conciencias. Segundo, es la llave o contraseña de acceso a un nuevo club de damas y caballeros que hablan un nuevo lenguaje de futuro.
Provee estatus social, porque demuestra que vamos a la vanguardia, pero insisto, ¿sabemos lo que realmente estamos reproduciendo? Hay días en los que me decepciona la frivolidad con la cual se abordan los proyectos importantes. Estoy seguro que los nuevos y vigorosos fondos de inversión jamás hubiesen invertido en proyectos como los de exploradores como Humboldt o Darwin. Sus análisis del ROI seguramente eran desastrosos. Por esta misma razón y actitud es que, Alexander y Charles seguirán siendo admirados ad eternum por toda la humanidad, porque nadaron a contra corriente, mientras que, algunos cuantos sabios inversionistas ángeles y venture capital actuales (no todos, afortunadamente) con suerte gozarán de algún reconocimiento futuro por algún melancólico heredero.
Contemplo con incertidumbre que actualmente solo se buscan semillas diseñadas sintéticamente que produzcan mucha rentabilidad al más corto plazo posible. No discuto que sea un ingenioso vehículo especulativo desarrollado por parte de algunos iluminados de las finanzas, pero sí me preocupa el crónico malestar que está provocando en el más del noventa por ciento de nuevos y entusiastas emprendedores del mundo, que creen (o les hacen creer) ser el único y verdadero espermatozoide que llegará a fecundar el esquivo óvulo de la fortuna. Invito a pensar y debatir sobre el valor de las ideas. A bote pronto, me enrolo en el bando de los que piensan que las ideas valen más que todo el dinero circulante del planeta. Sé que somos minoría, y que nos van a dar palos, pero de eso va la vida, de resistir y saltar de vez en cuando, la tupida alambrada del mainstream.