Esa desesperada salida de emergencia a la angustia, está enganchándolos en forma silenciosa a una nueva falacia, al sueño fetichista y globalizado del exitoso emprendimiento individual.

Por Cristian Rivera Navas

Como ejercicio reflexivo, me gustaría poner en relieve un creciente fenómeno que acontece en nuestra sociedad y que tiene que ver con la sensación de insatisfacción permanente padecida por una significativa fracción de la población mundial, que, al detestar su actividad profesional al interior de una organización, huye en busca de una postmoderna tierra prometida. Esa desesperada salida de emergencia a la angustia, está enganchándolos en forma silenciosa a una nueva falacia, al sueño fetichista y globalizado del exitoso emprendimiento individual.

Hace muchos siglos atrás, asistimos a las conocidas fiebres económicas que marcaban ciclos al alza en el espíritu entusiasta de las personas. Del absurdo delirio por los tulipanes holandeses en el 1637, saltamos a la fiebre del oro californiano en el 1849. De allí pasamos al sagrado sueño americano con su debida némesis del crash del 1929, para luego, ir aterrizando bruscamente con el pinchazo de la burbuja punto com del apocalíptico año 2000 y, para qué volver a comentar una vez más, la sofisticada y voluptuosa entelequia financiera de las hipotecas sub prime del 2008.

Hoy, tenemos una nueva versión de lo que tengo la sospecha que es una de las concentraciones más tóxicas de gases de ansiedad colectiva que se tenga registro y que se encuentra enmarcada en la promesa del emprendimiento disruptivo, del veloz escalamiento del negocio a cualquier costo. No vayan a creer que me refiero al Bitcoin, el cual, auguro que no tendrá mejor desenlace que los ejemplos mencionados anteriormente, aunque, para ser justos, hay que hacer la salvedad que la famosa criptomoneda, al menos, contiene en su base una semilla altamente valiosa y que no es otra cosa que la tecnología que la soporta (blockchain), qué en mi opinión, es una revolución económica que evoluciona y que se encuentra recién en etapas tempranas de su enorme potencial. Pues bien, finalmente a lo que quiero apuntarle mi lámpara de detective esta vez, es a la pseudo democratización del capital financiero, que no para de inyectar chorros de su cristalino combustible a los nuevos “vehículos financieros” bautizados casi sin distinción como StartUps.

Esta peligrosa marea dogmática, encabezada por nuevos líderes, laicos y ecuménicos, que han diseñado

(hay que decirlo también) de forma tan brillante como a veces hilarante, un modelo altamente estético que merece ser reconocido con la fría distancia de la admiración, sin perjuicio de ser sometido al mismo tiempo a este estricto y crudo diagnóstico crítico.

He sido testigo de la acumulación sin precedentes de un mega cementerio de proyectos webs, un vertedero de terabytes de programación, que más allá de contener millones de horas de trabajo de personas talentosas, han quedado a la vista de forma dramática la imagen de los huesos de la ilusión personal que, con auténtica voluntad, muchos se han jugado la vida en cada uno de esos proyectos. Profesionales proactivos, desempleados ilusionados, una generación completa hipnotizada por el canto de las sirenas digitales.

Se levanta entonces, en esta nueva figura del destructor creativo Schumpeteriano, un generalizado malestar, curiosamente discreto y muy estético, en el cual confluyen día a día un ejército silencioso de personas que creen encontrar la solución a su sentido de vida, en fórmulas ofrecidas desde los cuatro puntos cardinales del globo por los nuevos tecno-gurúes del siglo XXI.

Dicen que, a río revuelto, ganan los pescadores, pero ya sabemos que siempre son los mismos mercaderes/intelectuales de turno, con sus milagrosas pócimas, los que cosechan y llenan sus redes en alta mar. No desmerezco que muchísimas técnicas, métodos y saberes en el campo de la nueva economía tengan un alto grado de lógica y asertividad. Existen bloques de conocimientos muy brillantes, pero, no podemos dar la espalda a lo que las estadísticas mundiales demuestran sin paliativos, y es que los resultados no avalan ni de cerca su recurrente implantación.

Lo que preocupa y mucho, es la sistematización de aquello, es la canonización de una fórmula mágica que, si es practicada con rigurosidad litúrgica, prometa a todo evento siempre un óptimo resultado final.

Esto está provocando no solo un gigantesco depósito de chatarra digital, sino, lo que es peor aún, una oleada de seres humanos altamente frustrados que arrastran con un elegante disimulo, un malestar muy profundo y difícil de detectar, precisamente por la habilidad de este nuevo y peligroso modelo de maquillar estilísticamente una antigua conclusión, y que no es otra que: no hay fórmulas únicas, lo único que existe son los sempiternos problemas cotidianos que hay que enfrentar con una actitud de infinita paciencia, carácter, y abundante curiosidad personal.